miércoles, 30 de junio de 2010

Detalles desapercibidos.

Como cada tarde me dispongo a entrar en la cafetería Aromas.
Saludo a las camareras, pido amablemente un café con leche y me siento en mi silla. Sí, tenemos una mesa escogida. La mesa que da al medio de la sala, justo al lado de un cristal que separa el local en dos.
Entonces enciendo un cigarro, aspiro y expulso el humo del primero del día.
Llega la camarera con nuestros pedidos. Observo. Lucía está contenta como todos los días. En eso se parece a mi.
Mis amigas me hablan. Yo voy mirando al rededor.
Miro la taza, hecho el primer sobre de azúcar y la mitad del segundo. Cierro el paquetito de azúcar sobrante.
Le doy muchas vueltas al café y le doy la primera cucharada a la espuma. Entonces sigo observando eso, eso que pasa desapercibido.
Esther bebe café con sacarina. Bea hecha los dos sobres. Las dos mueven la cucharilla a la vez y fuman a mi compás.
El hombre de enfrente lee un periódico. Quizás sea El Mediterráneo, quizás sea solo deportes. Pero ese hombre no soportaba la soledad de su vida o necesitaba un momento de descanso. Por las arrugas de sus mejillas deduzco que fue feliz, tuvo una época en la que se divirtió mucho. Pero las arrugas de sus ojos advierten que también ha llorado. Creo que necesitaba rodearse de gente, escuchar voces y risas.
La otra camarera pasa por mi lado y en un acto reflejo observo que lleva el delantal casi desatado. Ella se dió cuenta antes de que pudiese decirle nada. Fumo de nuevo y giro mi cabeza.
Esther sigue hablando. Sé de lo que me habla, aunque no lo parezca.
Me he dado cuenta de que un pelo cuelga de su brazo. Se lo quito y le sonrio.
Una pareja se coloca en el fondo del local. Son jóvenes, veinteañeros, hace poco que se conocen. Se les nota en esas caricias, esos besos cortos. Tienen cierta complicidad que envidio.
En cambio, al este hay una jovencita sola. Espera a alguien, ese alguien que llega tarde.
Esther suelta una de sus mejores paridas. Nos da la risa y el hombre del periódico nos mira alegre.
Nadie se da cuenta pero, una de las paredes tiene una grieta. Y la única pared de nuestra mesa, a mi derecha tiene una mancha sobre el fondo anaranjado. Parece una huella, quizás de un niño.
Una mosca, o eso parece,  sobrevuela nuestras cabezas hasta que se posa en la lámpara detrás de Bea.
Los minutos pasan y las manecillas del reloj de pared avanzan mientras nosotras seguimos atentas a nuestra charla.
El cenicero se va llenando de colillas. Colillas que guardan nuestro ADN. Las tazas están casi vacias. Ahora puedo ver los posos de café que quedan al fondo de mi taza. No sé leerlos, no sé que me deparará el futuro. Y, la verdad, ni me importa.
Y así pasa el tiempo de descanso. Tenemos que marcharnos.
Pero no sin antes cojer aire y volver a echar una mirada al entorno.
La jovencita miraba el reloj. Ese alguien que esperaba no ha venido y está triste. Creo que no es la primera vez que le ocurre algo así, sin haber sido avisada con anterioridad.
El hombre del periódico lo ha dejado a un lado. Ahora mira la televisión mientras le da el último trago a ese tercio.
La parejita también se levanta, el chico ha pagado y salen por la puerta agarrados de la mano. No les conozco, no les había visto antes. No sé a dónde irán pero se les ve contentos uno al lado del otro y eso es lo que más les importa.
Nosotras pagamos y nos despedimos alegres con un ¡Hasta luego! Regresamos a nuestra humilde casa, sin dejar más rastro que unas colillas, las tazas de café vacias y el sonido de esas risas que quedarán guardadas entre esas paredes.

lunes, 14 de junio de 2010

¿Qué es lo correcto?

Hagas lo que hagas, nada parecerá correcto
Si para ti, si para mi, incluso para ellos. 
Pero, ya sabes, siempre están los típicos "inconformistas".
¿Entonces que haces? Así es imposible elegir, ser libre o ser uno mismo.
¿La solución? Pasar olímpicamente de todo comentario.